Muchos de
los que crecimos en países como Chile, heredamos una cultura de la religión
Católica sustentada esencialmente en tradiciones y conmemoraciones festivas que
siendo niños, poco comprendíamos. Para nosotros eran sencillamente días libres…
uno que otro Domingo acompañábamos a nuestra familia a la misa de las doce
horas y ese ritual que muchas veces nos dejó con la inquietante sensación de
vivir en el “pecado” y que si la muerte nos alcanzaba, debíamos estar libres de
él. Bastantes asuntos nos ocuparon mientras llegamos a ser adultos sobre el
tema, sin embargo no siendo opositor a quienes practican la Fe, mucho tiempo
después me encontré con esta suerte de presencias luminosas, que bien podrían
ser llamados fantasmas, pero que para uno sencillamente son “visitantes”. Hay
lugares en los cuales permanecen, los hay también donde su energía es muy
fuerte y provocan ganas de llorar desenfrenadamente como un niño y también
están los que cuidan a las personas que llegan a tu vida para bien. La persona
que tomó la fotografía no se dio cuenta de haberlo hecho, pero al mostrármela y
al ir en movimiento en un trayecto hacia la capital, se dio cuenta de que
habían dos superposiciones de luz… claramente un atajando al otro.